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El club de los corazones solitarios. ( Capitulo 35 )

Capitulo 35

El reloj no avanzaba lo bastante deprisa. Llevaba dando vueltas junto a mi taquilla lo que me había parecido una eternidad. De acuerdo, había llegado al instituto mucho antes de lo acostumbrado. Le había pedido a mi madre que me llevara para poder llegar temprano. Tenía un nudo en el estómago. Ryan se presentaría de un momento a otro.
Dio la vuelta a la esquina y, al quitarse el gorro de lana, el pelo se le quedó hecho un desastre. Empezó a pasarse los dedos para aplastarlo; entonces, me vio. Se detuvo un instante y, acto seguido, bajó la mirada mientras se acercaba a su taquilla.
—Hola… —lo saludé.
Se limitó a asentir con la cabeza mientras se quitaba su chaquetón negro de plumas. Me lo tenía merecido, lo sabía.
—Ryan, siento mucho, muchísimo, lo que dije. Sabes que no hablaba en serio.
Metió su mochila en la taquilla y se puso a sacar los libros. Me pregunté cuánto tiempo tardaría en volver a mirarme.
—Sé que no hablabas en serio —respondió en voz baja, aún sin mirarme a los ojos—. El problema es que lo dijiste porque sabías que me haría daño. Pues bien, misión cumplida —sacudió la cabeza de un lado a otro—. De todo el mundo del instituto, pensaba que serías la última persona en caer tan bajo.
Cerró la taquilla de un golpe y se dispuso a alejarse. Se paró y se giró hacia mí.
—¿Sabes lo que he estado haciendo todas las mañanas desde hace semanas? Vengo en el coche al instituto preguntándome a qué Penny me voy a encontrar ese día junto a la taquilla. ¿Será la Penny simpática, cariñosa y divertida, o la Penny fría y distante? Prácticamente contengo el aliento para ver cómo vas a reaccionar al verme, y luego trato de averiguar qué he hecho para merecer tu comportamiento. Por eso estuve sin hablarte esas dos semanas. Estaba dolido.
Me quedé mirándolo. No podía negar lo que decía. Sabía que me había comportado con él de manera errática, pero no podía decirle la verdadera razón.
Negó con la cabeza.
—Contigo, nunca sé dónde me encuentro —empezó a alejarse.
—Espera —salí corriendo y me planté frente a él—. Sé que lo que dije es imperdonable. Lo siento mucho, de verdad. Han pasado muchas cosas en los últimos dos meses y, sí, en parte las he pagado contigo.
—¿Por qué? —me miró con intensidad.
—Yo… —metí la mano en mi bolsa—. Bueno… quería darte esto.
Alargué la mano y le entregué a Ryan lo único que se me había ocurrido para que se enterara de lo que yo sentía.

Alargó la mano y examinó el estuche del CD. Lo abrió y su expresión cambió a medida que, con los dedos, iba recorriendo los nombres de los temas.
—¿Lo has hecho para mí? —levantó los ojos y me miró.
—Sí.
Examinó el interior y leyó en alto la dedicatoria: From me to you… «De mí para ti…».
—Es de una de sus canciones. Ésta —cogí el estuche y señalé uno de los títulos. No me había atrevido a escribir toda la letra; sería decir demasiado. Tendría que escuchar la canción para entenderlo.
Ryan siguió examinando el estuche.
—Sé que parece una idiotez, pero es lo único que se me ocurrió —percibí una nota de desesperación en mi voz y los ojos se me cuajaron de lágrimas. Todo en mi vida, excepto el club, parecía derrumbarse a mi alrededor. Pensé en las miradas de los chicos del instituto, los gritos de Todd, la persecución del director Braddock… No soportaba la idea de que Ryan me odiara también.
Notó que la voz se me quebraba y volvió a subir la mirada.
—Me encanta. Gracias.
—No es más que un CD absurdo —me acerqué a la pared, tratando de controlar las lágrimas, que ya me surcaban las mejillas. ¿En qué estaba pensando? ¿En que una recopilación de los Beatles mejoraría las cosas? ¡Si Ryan supiera lo que aquellas canciones significaban para mí! No era sólo un recopilatorio, sino mi alma entera, mi corazón. Se lo entregaba a él, le dejaba entrar en mi vida. Ojalá se diera cuenta.
Ryan se acercó y se inclinó para hablarme, sabiendo que, al hacerlo, impedía que la oleada de alumnos que ahora llenaba el pasillo me viera llorar. Su cercanía, en lugar de inquietarme, me consoló.
—Penny, viniendo de ti, esto significa mucho. Por favor, no estés triste —me rodeó el cuello con la mano, se inclinó un poco más y apoyó la barbilla en mi cabeza.
—Lo siento, yo sólo… —traté de tranquilizarme—. Han sido unas semanas muy largas.
Ryan no se movió.
—Sí, es verdad.
Las lágrimas me seguían empapando las mejillas. Intenté recobrar la compostura mientras los pasillos se inundaban de gente.
—Genial. Lo único que necesito son más rumores acerca de mí. Estoy harta de que la gente hable a mis espaldas, y seguro que esto les dará más tema de conversación.
Ryan se inclinó y me secó las lágrimas con la mano. Me quedé mirando sus ojos azules y deseé que todos los obstáculos desaparecieran.
—¿Sabes?, que estés tan amable y todo eso no es que ayude mucho, la verdad —le dije.
Ryan me miró intensamente unos segundos; luego, una sonrisa se le extendió por el semblante.
—Bueno, mujer, basta ya de lloriqueo. Eres una llorona de mierda.

—¿Cómo? —grité, estupefacta, sin poder evitar echarme a reír—. ¿A qué viene eso?
Se encogió de hombros.
—Bueno, no te venía mal una carcajada.
—Sí, pero ¿«llorona de mierda»?
—Estaba bajo presión. No se me ha ocurrido otra cosa.
Se inclinó hacia mí una última vez para limpiarme las lágrimas. Me dedicó una cálida sonrisa.
—¿Mejor?
Mientras yo asentía, algo en el pasillo me llamó la atención. Vi que Tracy nos miraba, boquiabierta. Se alejó a toda prisa al notar que me había fijado en ella.
—Mira, nos quedan dos semanas antes de las vacaciones de Navidad. Hagamos un pacto para que nada se interponga de nuevo en… nuestra amistad —propuso Ryan.
Le sonreí.
—Será genial.
—De acuerdo, volvamos a las taquillas antes de que lleguemos tarde a la primera clase —me rodeó con el brazo y me condujo a mi taquilla. Una oleada de alivio me invadió mientras recogía los libros.
Mierda. Se me había olvidado por completo que mi primera clase era Español, con Todd. Mierda.
O, más acertadamente, caca.
No veía posibilidad de aprobar la asignatura. Copiaba sin parar lo que la señora Coles escribía en la pizarra, pero no conseguía concentrarme. Todd llegó unos minutos tarde a clase con una autorización, y yo estaba demasiado asustada para mirar en su dirección.
—Escuchad, os recuerdo que el examen final es el próximo jueves. Esto es todo por hoy. Ahora, tiempo de conversación. En español, por favor —indicó la señora Coles en este idioma mientras se dirigía a su mesa, al fondo del aula.
Me giré para mirar a Todd y lo descubrí mirándome la muñeca. Me había puesto un jersey de manga larga para cubrir la magulladura; aun así se veía parte del hematoma rojizo y azul. Abrí la boca para hablar, si bien no se me ocurrió nada que decir.
Todd comentó algo, pero en voz tan baja que no pude oírlo.
—¿Qué? —le pregunté en español.
Me miró.
—Lo siento, Margarita. Lo siento —respondió él en el mismo idioma.
Parecía agotado. Antes de que yo pudiera responder, sonó el timbre. Empecé a recoger mis libros. Cuando salí por la puerta, Todd me estaba esperando.
—Hablaba en serio, Penny. Lo siento mucho —tenía la cara enrojecida y estaba apoyado, con postura desgarbada, en las taquillas situadas a la salida del aula.

—Gracias, Todd.
Me dedicó una sonrisa endeble antes de encaminarse a su siguiente clase. Todd no parecía él mismo a menos que estuviera gastando bromas o haciendo el ganso. Me entristecí un poco. ¿Qué más podía cambiar? Tal como iban las cosas, apenas me daba tiempo a mantener el ritmo.
A la hora del almuerzo todo el instituto sabía que Todd no sólo se había emborrachado el sábado por la noche, sino que sus padres le habían pillado, y que aquella mañana se habían reunido con el director Braddock, quien no tuvo más remedio que suspenderlo del equipo de baloncesto para los siguientes tres partidos.
Ahora entendía yo por qué estaba tan disgustado. Aunque él mismo tenía la culpa.
—Bueno… —dijo Jen mientras Morgan tomaba asiento—. ¿Dónde os escapasteis Tyson y tú después de la fiesta?
Morgan se sonrojó.
—¡Estupendo! —Jen se echó a reír—. Ya veo que la noche fue un éxito en todos los sentidos.
—Venga, déjala en paz —intervino Diane.
—De hecho, es más o menos de lo que quería hablaros —dijo Tracy.
Morgan se mostró horrorizada.
—No —Tracy negó con la cabeza—. Me refería al club —empezó a entregar a todo el mundo una hoja de papel.
El corazón me dio un brinco cuando me llegó el turno. Me sentí un poco dolida por haberme enterado así, sobre la marcha. Habíamos hablado sobre el asunto, pero aun así…
REGLAMENTO OFICIAL DEL CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS, DE PENNY LANE.
El presente documento expone las normas para las socias del Club de los Corazones Solitarios. Todas las socias deberán aprobar los términos de este reglamento pues, de lo contrario, su afiliación quedará anulada automáticamente.
1. Las socias están en su derecho de salir con chicos si bien nunca, jamás, olvidarán que sus amigas son lo primero y principal.
2. A las socias no se les permite salir con cretinos, manipuladores, mentirosos, escoria en general o, básicamente, con cualquiera que no las trate como es debido.
3. Se exige a las socias que asistan a todas las reuniones de los sábados por la noche. Ninguna socia excusará su presencia en la fecha señalada para las reuniones con objeto de citarse con un chico. Se mantienen como excepción las emergencias familiares y los días de pelo en mal estado, exclusivamente.
4. Las socias asistirán juntas, como grupo, a todos los eventos destinados a parejas incluyendo (pero no limitándose a) la fiesta de antiguos alumnos, el baile de fin de curso, celebraciones varias y otros acontecimientos. Las socias podrán llevar a un chico como acompañante, pero el mencionado varón asistirá al evento bajo su propio riesgo.
5. Las socias deben apoyar siempre y en primer lugar a sus amigas, a pesar de las elecciones que éstas puedan hacer.
6. Y sobre todo, bajo ninguna circunstancia, las socias utilizarán en contra de una compañera los comentarios realizados en el seno del club. Todas sabéis a qué me refiero.
La violación de las normas conlleva la inhabilitación como socia, la humillación pública, los rumores crueles y la posible decapitación.

Mientras la gente leía, se fueron produciendo numerosos gestos de asentimiento y de apoyo verbal al nuevo reglamento. Levanté la mirada y vi que Tracy aguardaba una reacción por mi parte.
—¿Qué dice la jefa?
—Hagamos una votación. ¿Quién está a favor del nuevo reglamento?
Todas a una, las manos alrededor de la mesa se elevaron en el aire.
—¡Gracias a Dios! —exclamó Tracy—. Michelle, ¿te importa empezar a salir otra vez con mi hermano, a ver si así se decide a hablarme?
Michelle se ruborizó.
—Eh, invítalo a la fiesta —Amy empezó a repartir sobres—. Hay uno para cada una, pero podéis llevar compañía. Aunque sea masculina —le hizo un guiño a Morgan.
Amy me entregó el mío, que, en la parte delantera, llevaba escrito pulcramente: «Penny Lane, líder intrépida». Iba a organizar una fiesta por todo lo alto para el club al terminar los exámenes finales, con motivo de las vacaciones de Navidad.
Nos pusimos a hablar de la fiesta y volví a mirar a Tracy. No me había dicho ni palabra acerca de lo que había presenciado entre Ryan y yo. Y a mí no me apetecía meter más drama en mi vida. Sólo quería sobrevivir a los finales.
—Eh, Teresa —grité por encima de la mesa—. El año pasado elegiste Español III, ¿verdad?
—Sí —respondió Teresa en ese idioma.
Una bombilla se me encendió en la cabeza.
—Escuchad, chicas —me levanté y todo el mundo dejó de hablar—. Se me ocurre que podíamos utilizar las dos o tres reuniones siguientes para organizar grupos de estudio de cara a los finales —escuché varios gruñidos—. Lo sé, ya lo sé; pero pensadlo un segundo. Podemos ayudarnos unas a otras con los exámenes, sobre todo las que ya han pasado por esas asignaturas el curso anterior.
Quería conseguir calificaciones incluso mejores aquel semestre, sólo para demostrar a Braddock que no tenía razón. Y, por descontado, deseaba que todas mis compañeras del club sobresaliesen en los exámenes. Cuando Jen había ido al despacho del director a entregarle el dinero, Braddock se limitó a gruñir mientras contaba los billetes.
¿Acaso existía algo que consiguiera hacer feliz a ese hombre?

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