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El club de los corazones solitarios. ( Capitulo 28 )

Capitulo 28

Aunque las reglas de Tracy para el club me encantaban, se le pasó por alto una fundamental: «Lo que ocurra en el Club de los Corazones Solitarios no debe salir del Club de los Corazones Solitarios».
Yo había considerado que se daba por sentado.
Si no podías confiar en las socias de tu club, ¿en quién podías confiar?
Pero no había contado con una diligente mensajera.
Tracy, Diane y yo entrábamos juntas en el instituto el lunes por la mañana, charlando sobre Morgan y Tyson. Confiábamos en que a él le fuera bien en la prueba y estuviera preparado para declararse a Morgan. Estábamos doblando la esquina cuando Diane puso una expresión de disgusto.
—¡Oh, no! —dijo.
Tracy y yo seguimos su mirada y vimos que Rosanna hablaba con Ryan junto a la taquilla de éste, con una expresión engreída en el semblante.
No podía tratarse de nada bueno.
Diane apretó el paso y Ryan nos vio acercarnos a las tres. Me lanzó una mirada dolida. Luego, cerró su taquilla de un golpe y se alejó.
—Déjame que hable con él —Diane empezó a seguirlo.
Me di cuenta de que Tracy estaba resuelta a perseguir a Rosanna, pero se detuvo al fijarse en mi gesto de pánico.
—Tranquila, Penny —me dijo—. Es una estúpida.
Asentí con lentitud. Tenía el cuerpo entumecido.
—Está decidido, la expulsamos del club —continuó Tracy—. Se lo diré —me condujo hasta mi taquilla y la abrió por mí. Yo sólo era capaz de mirar al frente.
—No, me encargaré yo —repliqué—. Durante el almuerzo —las palabras a duras penas me salían de los labios.
—De acuerdo —Tracy cogió mis libros—. ¿Necesitas algo más?
Sí, necesitaba saber por qué, si no sentía nada por Ryan, estaba destrozada.
Diane me puso al corriente antes del almuerzo.
—Rosanna le ha dicho a Ryan que, básicamente, declaraste delante de todo el club que te parece un chico patético, que ni siquiera te cae bien como amigo y que jamás saldrías con él.
—¡Yo no dije eso! —protesté.
Bueno, salvo la última parte.
—Eso le expliqué yo, pero sigue bastante enfadado. Creo que no le gustó el

hecho de que hablaras de él en público.
—Muy bien —intervino Tracy—. Tranquilicémonos un segundo, recobremos el aliento —me pasó el brazo por los hombros y me miró cara a cara—. A ver, ¿seguro que quieres hacer esto ahora?
Me costaba creer que, en una situación así, Tracy hubiera decidido ser la voz de la razón. Por supuesto que quería hacerlo.
«Pues claro».
«Ahora mismo».
—Sí.
Entré en la cafetería como el soldado que parte a la batalla, con Tracy y Diane a mis espaldas. Rosanna se encontraba a un extremo de la mesa, hablando sin parar a las pobres Eileen y Annette. Pegó un respingo cuando solté mis libros de golpe, a su lado. La mesa al completo guardó silencio.
—Hay algo que tengo que decir —miraba a Rosanna, pero lo dije con el volumen suficiente para que todas me oyeran—. Hay ciertas personas que están en el club por razones equivocadas. Ciertas personas que no están aquí por amistad. Personas manipuladoras e incapaces de ser buenas amigas, aunque sus esqueléticos culos dependieran de ello. Están aquí porque quieren ser populares. Bueno, pues, ¿sabéis qué os digo? Me han utilizado lo bastante a lo largo de mi vida como para cruzarme de brazos ahora y permitir que me vuelva a pasar. Ya es bastante malo que los chicos me hayan tratado a patadas. Pero que me trate a patadas una chica…, una supuesta amiga…, es incluso peor. En el Club de los Corazones Solitarios ya no aceptamos a las saboteadoras.
Rosanna siguió comiendo su plátano mientras paseaba la mirada a su alrededor, como si yo no pudiera referirme a ella de ninguna manera.
—Por lo visto, no me estoy explicando bien —me incliné y la miré de hito en hito—. Rosanna Shaw, te has aprovechado de mí, de nuestro club, de nuestra confianza. Tomaste un comentario que hice cuando pensaba que estaba entre amigas, y lo tergiversaste hasta convertirlo en una mentira ofensiva. Ya no eres bien recibida en el club ni en mi casa ni en esta mesa. ¿Lo entiendes?
Rosanna me miró frunciendo los ojos.
—¿De verdad piensas expulsarme?
—¡Es lo que acabo de hacer! —mi voz subía de tono por momentos—. ¡Fuera de aquí, perra hipócrita y traidora!
—¡Bien! —Tracy se levantó y se puso a aplaudir, seguida por Diane; luego, por Kara y Jen. Al momento, la mesa entera estaba de pie, ovacionándome.
Rosanna se levantó a toda prisa y se dispuso a marcharse. Mientras ocupaba mi asiento, la adrenalina me bombeaba por todo el cuerpo. Examiné los rostros felices que tenía a mi alrededor. Me alegraba enormemente de sentir el apoyo del antiguo club.
Me giré y vi que la cafetería en pleno nos miraba. Algunas mesas, incluso, se sumaron a la celebración de la marcha de Rosanna.
Capté la mirada de Ryan al otro extremo del comedor y le sonreí; pero él apartó

la mirada.
Durante toda la semana, el ambiente de camaradería en el Club de los Corazones Solitarios resultó mejor que nunca. Éramos más fuertes, estábamos más unidas. Tal vez fuera por las amenazas de Braddock, o acaso por la intromisión de Rosanna; pero daba la impresión de que todas las socias se habían comprometido en mayor medida con el club y entre ellas mismas.
El día del debut de Diane como jugadora del equipo de baloncesto McKinley Ravens, nos entregamos por completo a apoyarla. Aunque sólo quedaban dos minutos de partido, todavía no había salido a la cancha.
—La entrenadora Ramsey tendría que sacar a Diane; ganamos por diecinueve puntos —comentó Tracy.
Yo no paraba de lanzar miradas a los padres de Diane, junto a los que Ryan estaba sentado. Me imaginé que habría sido imposible pedir a Todd, o a cualquiera de los chicos, que acudiera a apoyar a Diane, a pesar de todas las veces que ella había animado sus partidos. Yo había tratado de hablar con Ryan después de la debacle del lunes con Rosanna; pero ni se dignaba mirarme. Cada vez que intentaba acercarme a él, se alejaba. Y eso que tenía que haber oído la conversación en la cafetería; todo el mundo llevaba hablando de lo mismo los últimos cuatro días.
El segundo grupo de animadoras del McKinley salió a la cancha. Ni siquiera fingieron entusiasmo por el partido, como si se sintieran castigadas por tener que animar al equipo femenino.
—¡Uf!, esto es espantoso. Yo podría hacerlo mucho mejor —comentó Tracy mientras las animadoras nos preguntaban a los espectadores con voz lánguida si teníamos espíritu deportivo.
Sonó la bocina y ambos equipos regresaron a la cancha. Diane seguía sentada con paciencia en un extremo del banquillo; las rodillas le temblaban visiblemente.
Jen sacó de banda a Britney Stewart, a quien de inmediato una desesperada integrante del equipo de Springfield le hizo falta. El equipo se situó en las líneas de la zona y Britney anotó dos puntos extra sin mayor dificultad.
—¡Vamos, entrenadora! —vociferó Tracy—. ¡Que salga Diane!
Las cinco jugadoras de las Ravens se precipitaron al otro extremo de la cancha. Jen recuperó con facilidad un fallido intento de canasta por parte de Springfield. Agarró el balón con fiereza y cruzó la cancha botando. Una jugadora del Springfield, morena y de gran estatura, fue corriendo a su lado y la derribó con un rápido movimiento de cadera.
Sonó el silbato y los árbitros empezaron a deliberar.
—Más les vale pitar falta técnica —siseó Tracy.
El equipo se congregó cerca del banquillo para recibir instrucciones de la entrenadora Ramsey. Mientras ésta se dirigía al quinteto y repasaba la siguiente jugada, Diane la miraba con intensidad; luego, se mordió el labio y se sumó al partido.

Todas las socias del club nos pusimos de pie y empezamos a vitorear. Se levantaron pancartas, y los cánticos con el nombre de Diane inundaron el gimnasio.
Diane frunció los ojos mientras se colocaba en la línea de rebote de los tiros libres y era testigo de cómo Jen fallaba sus dos lanzamientos. Luego, cuando se reanudó la acción, corrió con todas sus fuerzas hacia el campo de ataque del equipo contrario. Se puso en cuclillas y se mantuvo en esa posición mientras la base de Springfield se aproximaba a ella. Diane permaneció todo el tiempo con su par, concentrándose en el torso de la jugadora, un truco que Ryan le había enseñado.
Pasaron el balón a una rubia muy alta que falló el tiro. Jen lo recuperó y se lo lanzó a Diane.
Diane fue driblando toda la longitud de la cancha, con toda su atención centrada en el balón que tenía ante sí.
—¡Vamos, Diane! —gritamos Tracy y yo al unísono. Tracy me agarró de la mano mientras observábamos cómo Diane se acercaba a la canasta para ejecutar una bandeja y… fallaba.
—¡No pasa nada, Diane! —gritó Kara, a mi lado. Todas seguimos aplaudiendo mientras Springfield solicitaba otro tiempo muerto.
—¿Te puedes creer lo que han hecho? —Tracy señaló hacia delante, donde el equipo de animadoras había decidido tomarse un descanso—. Se han sentado en el mismo momento en que Diane ha salido a la cancha. Son patéticas.
Las animadoras estaban sentadas en la primera grada. Missy escribía un mensaje en su móvil, mientras las demás se esforzaban al máximo por hacer caso omiso del partido.
—Me ponen de los nervios. Hace unas semanas, todas esas chicas estaban haciendo la pelota a Diane, y ahora ni siquiera animan al equipo… ¡Pero si es su trabajo!
Asentí, indignada por lo mal que se estaban portando.
—Hasta aquí hemos llegado —Tracy se levantó.
—Tracy, no provoques…
Antes de que yo pudiera terminar la frase, se puso de pie sobre la grada. Se giró para mirar a la gente que teníamos detrás y gritó a voz en cuello:
—¡DAME UNA «D»!
Nuestro grupo se mantuvo en silencio mientras todo el mundo miraba a Tracy.
Ella hizo un gesto de desesperación.
—Venga, vamos, ya lo habéis oído: ¡DAME UNA «D»!
«Dios mío, ¿Tracy… animadora?».
—¡«D»! —gritaron Morgan, Kara y Amy.
—¡DAME UNA «I»! —continuó Tracy.
—¡«I»! —empezó a bramar el Club de los Corazones Solitarios.
—¡Así está mejor! ¡DAME UNA «A»! —Tracy empezó a aplaudir y a botar sobre las puntas de sus pies.
Las animadoras de la primera grada se giraron, boquiabiertas y en estado de shock, mientras los seguidores de las Ravens le daban a Tracy una ¡«N»!

—¡DAME UNA «E»!
El recinto resonó con una estridente ¡«E»!
—¿Qué tenemos? —Tracy empezó a bajar hacia la primera grada.
—¡DIANE!
Ahora se encontraba en el espacio ocupado momentos atrás por el equipo de animadoras.
—¡NO OS OIGO! —se colocó la mano detrás de la oreja.
—¡DIANE! —volvió a gritar el gentío.
Sonó la bocina y todo el mundo estaba de pie, ovacionando. Tracy miró a Missy y compañía y les dedicó una fugaz sonrisa irónica, haciéndoles saber que ya no eran ellas quienes controlaban a la multitud.
Diane regresó a la cancha con un gesto de determinación grabado en el semblante. Según el reloj, quedaban menos de quince segundos. Springfield se hizo con el balón, y la base avanzó con lentitud hacia el otro extremo de la cancha. Su equipo iba a perder, de modo que no había razón para que nos permitieran anotar más tantos.
—DIEZ… —la muchedumbre empezó la cuenta atrás con el reloj.
Diane clavó los ojos en la jugadora que se aproximaba.
—NUEVE…
Empezó a fintar con las piernas atrás y adelante.
—OCHO…
La base trató de desplazarse hacia la izquierda, pero era demasiado tarde.
—SIETE…
Diane robó el balón y fue driblando por la cancha a toda velocidad…
—SEIS…
… mientras el equipo de Springfield al completo se precipitaba tras ella.
—CINCO…
Diane concentró la atención en la canasta que tenía ante sí y…
—CUATRO…
… completó la bandeja.
—TRES…
El balón rebotó en el aro, golpeó el tablero…
—DOS…
… y entró directo en la canasta.
La bocina quedó ahogada por los vítores del público. Las compañeras de equipo de Diane formaron una piña a su alrededor. Las animadoras abandonaron el auditorio a toda velocidad, con expresión de disgusto. Los seguidores de Springfield se mostraban claramente desconcertados por la celebración que se llevaba a cabo ante sus ojos.
Me acordé de la Diane que se había sentado frente a mí en aquella cafetería, menos de dos meses atrás. Miré una por una a las socias del club, para quienes Diane había sido un gran estímulo. Nos había demostrado a todas que, en efecto, se podía conseguir.

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