club-de-los-corazones-solitarios

El club de los corazones solitarios. ( Capitulo 25 )

Capitulo 25

—¿Qué tal anoche? —me preguntó Tracy cuando me monté en el coche a la mañana siguiente.
«Horrible».
—El concierto estuvo bien… —respondí a la vez que me ponía a rebuscar en mi bolsa de lona, sin saber muy bien qué estaba buscando.
—Ya. ¿Ryan trató de ligar contigo?
Me quedé mirando a Tracy como si se hubiera vuelto loca.
—Oye, no le culparía por intentarlo. ¡Eres un pibón!
Ignoré su comentario y seguí rebuscando en mi bolsa.
—Venga, Pen, sólo era una broma. Ryan es un tío legal. Si hay un chico por quien rompiera las reglas es él.
La bolsa se me cayó al suelo.
—¡Mierda! Lo siento —me puse a recoger los libros y los bolígrafos.
—¿Estás bien?
«No, para nada».
—Sí.
Diane nos esperaba junto a las puertas del instituto.
—Hola, Penny, ¿qué tal anoche?
—Muy bien.
Diane pareció desconcertada.
—¿Muy bien?
Me puse a escarbar en mi bolsa mientras caminábamos.
—Sí, lo pasamos bien. La banda era genial; pero, claro, no tocaron todas las canciones que me apetecía escuchar aunque, al fin y al cabo, tratándose de los Beatles, hay un montón de temas clásicos. ¿Sabíais que han tenido más canciones número uno en las listas que cualquier otro músico en la historia?
Tracy se limitó a negar con la cabeza. Estaba acostumbrada a oírme recitar datos sobre mi grupo musical favorito. Diane trató de decir algo, y descubrí que no me sentía capaz de dejar de hablar sobre la historia de los Beatles. Tracy se encaminó hacia su taquilla, pero Diane continuó siguiéndome.
—Penny —me puso una mano en el brazo, seguramente tratando de calmar mi nerviosismo—. ¿Hay algo de lo que quieras hablar conmi…?
—Ay, se me ha olvidado una cosa. ¡Tengo que irme! —anduve en dirección contraria a mi taquilla y a mi primera clase de la mañana. Lo que fuera antes que mantener una conversación sobre Ryan con Diane.
Iba a ser un día muy largo.

—¿Te importa encargarte de la incisión? La mano me está matando —Tyson no paraba de flexionar su mano derecha y hacer muecas de dolor.
—Claro que no —agarré el escalpelo que él sujetaba—. ¿Qué te ha pasado?
—Me imagino que habrán sido demasiados ensayos —parecía un tanto preocupado.
—¿Se acerca un acontecimiento importante?
—Podría llamarse así —miró hacia abajo. Al ver que yo no respondía, subió los ojos y me miró—. Voy a hacer una prueba.
Pero él ya tenía una banda. Me figuré que ambicionaba metas más altas.
—¿Para qué es la prueba?
—Juilliard —volvió a bajar la vista.
—¿Juilliard? ¿La mismísima Juilliard? —pregunté elevando la voz—. ¿La escuela de música?
Mientras asentía, las mejillas se le sonrojaron y miró a su alrededor, confiando en que nadie me hubiera oído.
—Sí, y me parece que he estado ensayando demasiado. Me interesa mucho conseguirlo.
Estaba conmocionada. Juilliard debía de ser la escuela musical más prestigiosa del país.
—¿Qué vas a tocar? —Tyson resultaba fascinante. Cada vez que pensaba que ya lo conocía, me volvía a sorprender.
«Igual que Ryan, que resultó ser una sorpresa maravillosa».
Entonces, la voz de la razón se abrió paso en mí:
«Nate también te sorprendió. Y también fue maravilloso al principio, ¿o no?».
—Bueno, primero voy a interpretar la sonata en do menor de Beethoven y, luego, una pieza original a la guitarra.
—¿Es que tocas el piano?
Asintió.
—Desde los cuatro años.
Sacudí la cabeza de un lado a otro, impresionada.
—En serio, Penny, ¿hasta qué punto piensas que soy un fracasado?
No pensaba que Tyson fuera un fracasado. De hecho, lo consideraba un buen chico. Sí, un buen chico. A pesar de que semejante combinación de palabras me parecía una contradicción, quizá estuviera confundida… con respecto a Tyson.
Tyson no era Nate.
Tyson no era Ryan.
Tuve la corazonada de que se portaría bien con Morgan. Y Morgan se merecía un buen chico.
Me quedé mirándolo.
—Deberías pedirle a Morgan que saliera contigo.
—¿Cómo?

Me acerqué a él.
—Te he dicho que deberías pedirle a Morgan que saliera contigo.
—Pero… creía…
—Olvídate del Club de los Corazones Solitarios. Yo me encargaré.
Una expresión de pánico le cruzó el semblante.
—Pero ¿cómo sé si va a aceptar?
—Porque le gustas. Desde hace mucho, muchísimo tiempo.
Tyson esbozó una sonrisa tan amplia que dio la sensación de que iba a estallar.
—Vale, lo haré. Pero después de las pruebas. Ya estoy bastante nervioso por el momento.
—¡Genial!
Decidí que al menos una socia del Club de los Corazones Solitarios debería conseguir lo que quería.
—Verás, no sé si he hecho algo malo —le confesé a Tracy después del almuerzo.
—¿Has besado a Ryan? —preguntó, prácticamente pegando botes.
—No, ¡qué dices! No tiene nada que ver con Ryan.
Le conté a Tracy lo de Morgan y Tyson, y ella asentía a medida que procesaba lo que iba escuchando.
—El que Morgan salga con él no es para tanto, me parece a mí —opiné—. Mientras siga asistiendo a las reuniones de los sábados y almorzando con nosotras, ¿dónde está el problema? En cuanto empiece a perder su identidad, la recuperamos y punto.
—¿Te das cuenta de que esto va a cambiar las cosas en el club?
Hice un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Ya lo sé, pero no veo nada malo en hablar del asunto el sábado.
Me puse a deambular de un lado a otro, contemplando la posibilidad de saltarme una clase por primera vez en mi vida de instituto. Hasta el momento había conseguido esquivar a Ryan, pero no por mucho tiempo. Cuando doblé la esquina para dirigirme a Historia Universal, lo vi con el rabillo del ojo. Inmediatamente me acerqué a Jackie Memmott, que se sentaba dos filas detrás de nosotros, y empecé a hacer comentarios sin importancia acerca del club. Fingí estar sumida en una intensa conversación, pero noté que Ryan se inclinaba hacia la derecha de su mesa, cerca de donde yo me sentaba.
—Señorita Bloom, ¿puedo empezar la clase? —preguntó la señora Barnes mientras, con aire impaciente, golpeaba el lateral de su mesa con la tiza.
De acuerdo, tal vez yo no estuviera actuando con la discreción suficiente. Volví a mi mesa y, mientras tomaba asiento, le dediqué a Ryan una débil sonrisa. Tenía la intención de concentrarme en la clase y tomar apuntes y trabajar en serio y estudiar. No iba a permitir que me distrajera. Noté que escribía en su cuaderno. Daba la impresión de que no le costaba concentrarse.
Sentí un golpecito en mi mano izquierda y estuve a punto de pegar un bote.

Ryan desplazó su cuaderno para que yo viera lo que había escrito. Traté de hacer caso omiso, pero empujó el cuaderno hasta tal punto que casi me lo plantó en las rodillas.
¿Va todo bien?
Me limité a mirar al frente y asentir.
Volvió a escribir en su cuaderno mientras la señora Barnes hablaba y hablaba en tono monótono sobre las implicaciones económicas de la Segunda Guerra Mundial.
Ryan volvió a darme un toque en la mano. Eché un vistazo.
Anoche lo pasé genial.
Una sonrisa se me extendió por el rostro al acordarme de lo mucho que me había divertido. Se le iluminó la cara y se incorporó, claramente satisfecho con mi reacción.
¿Por qué se me había ocurrido sonreír, y por qué me estaba poniendo él las cosas tan difíciles? Apartar a Ryan Bauer de mi mente iba a resultar mucho más complicado de lo que pensaba.
Cuando sonó el timbre, me levanté de un salto y me dirigí a la puerta lo más rápido posible. Noté un tirón y me caí de bruces sobre el frío y duro suelo de baldosas. Traté de comprender qué había ocurrido mientras un grupo de gente se congregaba a mi alrededor. Me puse de pie y desenrollé el asa de mi bolsa de lona, que se había enganchado en una silla.
—¡Eh, Penny! ¿Te encuentras bien? —preguntó Ryan a la vez que se acercaba a toda velocidad.
—Perfectamente —las palabras me salieron con un tono más brusco del que pretendía, aunque acaso fuera mejor así. Ryan trató de ayudarme, pero le aparté el brazo de un empujón—. Estoy perfectamente. Es que tengo prisa…
—Sí, ya me he dado cuenta —su tono me sorprendió; la situación ya no le hacía gracia. Nos miramos el uno al otro en silencio, hasta que oímos un anuncio por el altavoz: «Penny Bloom, acuda por favor al despacho del director. Penny Bloom».
Terminé de recoger mis cosas mientras Todd emitía una serie de «ohs».
—Parece que la pequeña Miss Thang está en apuros.
—Cierra el pico, Todd —espetamos Ryan y yo al unísono.
Ryan me lanzó una última mirada dolida y abandonó el aula.
Me dirigí al despacho del director mientras me esforzaba por averiguar qué habría hecho mal. Vi a mis padres esperando, con aspecto preocupado. Eché a correr hacia ellos.

También le puede gustar...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *