El club de los corazones solitarios. ( Capitulo 19 )
Capítulo 19.
Llegó un momento en que perdí la cuenta de las chicas que nos íbamos a reunir en casa el sábado por la noche. Desde luego, eran muchas las que habían confirmado su asistencia. Sisa me había comentado que Eva, la novia de Liam, había roto con él únicamente para poder asistir. Él, por su parte, se había buscado a otra persona para que le llevara en coche al instituto. Yo me sentía dividida: no quería que Liam sufriera; pero si Eva era capaz de abandonarlo por algo como el club, seguramente la relación no estaba destinada a durar mucho tiempo.
—¿Todo bien, hija? —me preguntó mi padre justo antes de que llegaran mis amigas. Mamá había salido sola porque papá se estaba recuperando de una gripe—. Si te preocupa que pueda interrumpirlas, puedes estar tranquila. Tengo una taza de té y un periódico, y me quedaré en mi habitación sin dar molestias.
—Todo bien, papá. Sólo estoy un poco inquieta por la cantidad de gente que se pueda presentar.
—Penny Lane, tu madre y yo estamos muy orgullosos de ti, así que no te preocupes por el número de chicas que vayan a venir. Marisa Klein ha estado esta mañana en la clínica para hacerse una limpieza, y me ha contado que tú y tu club de los Beatles son todo un éxito en el instituto.
—Papá, te he dicho…
—Sí, ya lo sé —levantó las manos en el aire—. Aun así, sigo estando orgulloso de ti, hija mía.
Sonó el timbre y me dispuse a abrir la puerta.
—Vete arriba y mejórate —le dije mientras se encaminaba a las escaleras.
Sisa y Diane fueron las primeras en llegar.
—¡Esta noche lo vamos a pasar en grande! —exclamó Diane.
Dirigí la vista a la calle y vi una hilera de coches que se iban deteniendo. Daniela y Amy habían traído a Jessica Chambers y a Teresa Finer. Maria Gonzales y Cyndi Alexander aparcaron la furgoneta de Maria detrás de ellas.
—Hola, chicas. Venga, entren.
Nos encaminamos hacia el sótano y el timbre volvió a sonar: Hilary Jacobs, Christine Murphy, Meg Ross y Karen Brown.
Al poco rato: Jackie Memmott y Marisa Klein, con Erin Fitzgerald y Laura Jaworski, ambas de segundo de bachillerato.
Y después, Eva —la ahora ex novia de Liam—, Eileen Vodak y Annette Ryan: el contingente de tercero de secundaria.
Y para rematar: Zoe y Viki, con Paula Goldberg.
Entré en el sótano y me costaba creer que hubiera más de veinte chicas del
McKinley: de tercero y cuarto de secundaria, de primero y segundo de bachillerato.
Todas me clavaban la mirada. Me quedé petrificada. Contaban con que les dijera algo, y yo sólo había pensado en ver una película y comer pizza, o algo parecido.
—¡Bravo, Penny! —vociferó Hilary, y rompió a aplaudir. La concurrencia al completo estalló en aplausos.
¿Había provocado yo todo aquello? Me giré, esperando encontrarme con algún famoso que se hubiera colado en el sótano.
—¡Shh! ¡Que hable Penny!
¿Quién había dicho eso? No tenía ni idea de lo que esperaban de mí. Abrí la boca a la vez que rezaba por poder salir del paso.
—Gracias, muchas gracias por venir. Mmm, me sorprende un poco el número de asistentes. No sé muy bien qué esperaban, pero…
Miré a Diane y a Sisa en busca de ayuda, y vi que ambas me sonreían. Se notaba que confiaban en mí; ojalá me pasara lo mismo.
—La verdad es que no sé muy bien por qué han decidido asistir a esta reunión. Yo sólo puedo explicarles mis propios motivos para estar aquí, aparte del hecho de que es mi casa, claro está —todo el mundo se echó a reír mientras yo respiraba hondo—. Para ser sincera, ya estoy harta. De los partidos…, de los chicos…, de todo. Dudo que haya una sola chica entre nosotras que no se haya obsesionado por si un chico la va a llamar o no, o por si va a tener pareja para asistir a una fiesta. Y por culpa de la presión de conseguir un chico para ir aquí o allá, acabamos conformándonos con alguien que no nos merece.
Capítulo 19. Parte 2.
»Entonces, cuando realmente encontramos a un chico al que consideramos especial, nos olvidamos de nuestras amigas —procuré no mirar a Diane—. O bien cambiamos de costumbres para agradarle, en vez de hacer lo que nos apetece o lo que sabemos que es lo correcto.
»¿Por qué? ¿Por qué tenemos que pasar por eso?
Noté que mis nervios se mitigaban y me percaté de que todas y cada una de las presentes asentían en señal de acuerdo.
—Sé que habrá quien piense que soy pesimista; pero, en serio, examinemos a la población masculina del McKinley, ¿les parece? —las risas resonaron por la estancia—. No es que tengamos precisamente una enormidad de chicos pasables entre los que elegir.
Algunas socias aclamaron:
—¡Eso, eso!
—A ver, no estoy diciendo que tengamos que renunciar a los chicos para el resto de nuestra vida. No estoy loca hasta ese punto. Pero sé que no deberíamos conformarnos, sé que quiero pasar mis últimos dos años en el McKinley divirtiéndome con mis amigas. Y los chicos no harían más que estropearlo.
»Si miran a su alrededor, verán que hoy hemos reunido a un increíble grupo de gente, un sistema de apoyo perfecto. Si nos unimos, podemos hacer cualquier cosa. Sólo debemos tener fe en nosotras mismas. Y nos merecemos todo
aquello que queramos. Si una de nosotras necesita ayuda con un examen, allí estaremos con ella. Si una de nosotras quiere perseguir sus sueños, a pesar de lo que los otros puedan pensar —guiñé un ojo a Diane—, allí estaremos con ella.
»De modo que lo único que pedimos es que las socias se coloquen a ellas mismas y a sus amigas por delante de los chicos. Los sábados por la noche tenemos una cita permanente las unas con las otras. Tenemos que estar aquí unas por otras, para recordarnos lo especiales que somos.
»¿Y lo mejor? ¡No habrá que soportar más ***** de los chicos!
Amy se levantó.
—¡Por Penny!
—No —protesté—. No se trata de mí, se trata de nosotras. ¡Por el Club de los Corazones Solitarios!
El sótano se inundó de escandalosos hurras. Diane se acercó al equipo de música y dio entrada a los únicos chicos permitidos en las reuniones del club: los Beatles.
—¿Sabes, Penny? —me dijo Diane por encima de la música—. De haber sabido que el plantón que me ha dado Niall iba a tener una influencia tan positiva en tanta gente, le habría pedido que rompiera conmigo mucho antes.
Solté una carcajada. No sabía si era por el entusiasmo que me provocaba el club, por la música o por el sentido del humor de Diane; pero, por algún motivo, me pareció lo más gracioso que había oído en mi vida.
—¿A qué vienen tantas risas? —preguntó Sisa, meciendo las caderas de un lado a otro al ritmo de la música. Golpeó su cadera contra la mía y estuve a punto de caerme—. Señorita Penny Lane, ¿tienes idea de la que has montado? Nosotras solas hemos cambiado la estructura social del instituto McKinley. ¿Sabes lo que significa eso?
Nunca me lo había planteado de esa manera.
—¿Qué?
Sonrió.
—Bueno, antes de esto ya pensábamos que los chicos son unos cretinos, ¿no? Pues te garantizo que a partir de ahora se mantendrán a kilómetros de distancia.
Las tres intercambiamos miradas y luego nos volvimos a reír.
Si estar sin pareja el resto de mis años de instituto iba a ser así, no me importaba en lo más mínimo.