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El club de los corazones solitarios. ( Capitulo 12 )

Capítulo 12.

El ambiente resultaba un tanto violento a la mañana siguiente. Sisa tenía resaca y se encontraba fatal. Diane había quedado en venir a hablar conmigo, y me daba la impresión de que se trataba de la escena que había presenciado entre Niall y yo. —Hola, ¿qué tal se encuentra Sisa? —dijo Diane al entrar en mi dormitorio. —No muy bien. Está en la ducha —hice un gesto en dirección al pasillo—. No podía llevarla a su casa anoche, claro. Conseguí traerla aquí a escondidas. Diane paseaba la vista a su alrededor. —¡Vaya! Se me había olvidado lo interesante que es tu habitación. Fijé la vista en los pósteres de los Beatles que forraban las paredes, y en el corcho lleno de anuncios y entradas de conciertos. Me figuro que sí, es bastante atractiva. Más que nada, porque me sentía en casa. —Bueno, me alegro de tener unos minutos a solas contigo, porque tengo que decirte una cosa —Diane se sentó en mi cama con aspecto nervioso. —No hay nada entre Niall y yo —solté de sopetón. —¿Cómo? —repuso Diane. Empecé a recorrer la habitación de un lado a otro. —Me sentía fatal al llegar a la fiesta, y Niall me propuso que saliéramos al jardín para alejarnos del escándalo; yo me dejé llevar. A ver, es un chico, es decir: el enemigo. Por no añadir que fue él precisamente quien te partió el corazón. Nunca, en serio, nunca haría nada con él. Diane negó con la cabeza. —Ya lo sé. Me sorprendió un poco verlos a los dos —se echó a reír—. Resultó un tanto violento, pero siempre han sido amigos. De lo que te quería hablar, en realidad, era de Sisa. Verás…, anoche vi a Harry besándose con alguien. «Oh-oh». —Llegué a la fiesta con Audrey y Pam, y tuve que ir al cuarto de baño. Subí las escaleras y me encontré con él… Sin lugar a dudas, Sisa iba a matar al mensajero de semejante noticia. Me tumbé en la cama. —La cosa se pone fea —advertí a Diane—. Sisa confiaba en que Harry le pidiera salir. Diane se rebulló, incómoda, y empezó a juguetear con el extremo deshilachado de una almohada. —¡Ya estoy mucho mejor! —Sisa entró de repente en el cuarto, con una toalla enrollada en la cabeza, y se derrumbó sobre la cama—. Bueno, es hora de decidir qué vamos a hacer, después de que anoche me pusiera en ridículo de la manera más espantosa. Me parece que, ahora, Harry no me va a pedir salir. Diane y yo intercambiamos miradas, sin saber qué responder. Sisa parecía exhausta. —Vale, de acuerdo. Ya lo sé, chicas, y lo siento mucho. ¿Qué sabía exactamente? —En primer lugar —se giró hacia Diane—, siento haber sido tan mala contigo. He estado tratando de ser una buena amiga, comprensiva. Y lo sé, lo sé…, no debería haber probado la cerveza; pero cedí a la presión del grupo. Me he convertido en la típica adolescente consumidora de alcohol, bla, bla, bla… —Sisa se tapó la cara con las manos—. Por favor, no me digas que Harry se enrolló con una de esas novatas de tercero. Diane me miró. —No, él no… Sisa se incorporó tan deprisa que tuvo que tumbarse otra vez. Se acurrucó hacia un costado, sujetándose la cabeza con una mano. —Genial. Pensé que lo había fastidiado… Silencio. Miré a Diane y noté una expresión de pánico en su rostro. Sisa frunció las cejas. —Un momento, ¿qué pasa? —nos miró alternativamente—. ¿Qué me están ocultando? ¿Es que Harry se metió con alguien anoche? Diane me miró y yo me encogí de hombros. Quería saber de quién se trataba. Más que nada porque esa chica iba a necesitar custodia preventiva una vez que Sisa se hubiera enterado. Antes de que Diane pudiera articular palabra, Sisa giró sobre sí misma, se colocó boca abajo y se puso una almohada sobre la cabeza. —¡Lo sabía! ¿Por qué iba a interesarse por mí? Le aparté la almohada de un tirón. —Sisa, no digas tonterías. Te he dicho mil veces que el chico que te consiga se puede dar con un canto en los dientes. Sisa puso los ojos en blanco. —Lo que tú digas. Pero quiero salir con Harry. ¿Por qué no le gusto? ¿Es que estoy gorda? —¡Sisa! ¡Basta ya! —¿Qué es, entonces? —vi que las lágrimas se le acumulaban en el rabillo del ojo—. Dime de qué se trata y lo cambiaré: el pelo, el color de ojos, la ropa, la forma de ser. ¿Qué es lo que no le gusta de mí? Diane, vacilante, se acercó a Sisa y le puso una mano en el hombro. —No es nada de eso. Se trata de algo que no puedes arreglar. Sisa se sorbió la nariz y se giró para mirarnos. —¿Qué quieres decir?

Capítulo 12. Parte 2.

—Quiero decir que no eres un chico —repuso Diane—. Me encontré con él y con Andy Samuels, los dos ebrios y se estaban besando. «Oh. Dios. Mío». Sisa se incorporó y se secó las lágrimas. —¿Qué? —parecía confundida—. ¿Quién? Diane se revolvió, incómoda. —Harry Styles y Andy Samuels. Sisa bajó la vista al suelo. —¿Me estás diciendo que los de mi lista se estaban besando? ¿Y que Andy Samuels, el deportista superestrella al que he adorado desde hace años, es gay? Diane se mostró asustada. —Sólo sé lo que vi. —Bueno —Sisa negó con la cabeza—. Me figuro que eso lo explica. Me sentí desconcertada. —¿Explica qué? -dijo Viki mientras entraba al cuarto-. —Que todo el mundo en el instituto haya tenido novio, excepto yo. ¡Hasta Harry Styles tiene! —Sisa se echó a reír—. Ay, esto no tiene precio. Me estoy quedando sin chicos para preparar una lista, ¡y no digamos para salir con ellos! —la sonrisa de Sisa empezó a desvanecerse—. Soy una solitaria. Traté de protestar, pero Viki me interrumpió. —Mi hermano Liam siempre ha tenido novias. Salió con una tal Eva el fin de semana pasado en una *beep* fiesta de alumnos de tercero, y ahora están saliendo. Liam y Eva —volvió a poner los ojos en blanco—. Me entran ganas de vomitar. —¿Lo ves, Sisa? Por eso he renunciado a los chicos para siempre —hice el gesto de lavarme las manos—. Ya está. Hay que pasar página. No merece la pena. Y como si Nate hubiera averiguado que pasar página era mi intención, sonó un mensaje en mi móvil. Me quedé mirándolo, dubitativa. Sisa se puso de pie. —Esto es ridículo —levantó de un golpe la tapa del teléfono y leyó el mensaje—. «Es increíble que seas tan infantil». ¿Habla en serio? Pequeño imbécil. Sisa empezó a pulsar las teclas del móvil. —¿Qué haces? —espeté, horrorizada—. Bórralo. —No, le estoy dejando las cosas claras. El estómago se me contrajo. Me levanté y traté de arrebatarle el teléfono, pero Sisa pulsó «Enviar» y cerró la tapa. —Hecho. No pasa nada por mandarle al infierno, ¿verdad? El móvil empezó a sonar. Era Nate, por descontado. Cuando dejó de sonar, Sisa lo abrió de nuevo y empezó a pulsar teclas. —Estoy cambiando su nombre por «Capullo», y poniendo su tono y su indicador en silencio. Puede que esto le calle la boca de una vez. —Gracias —conseguí decir, por fin. ¿Por qué Sisa no era capaz de recuperarse así cuando los chicos la trataban a patadas a ella? Diane esbozó una sonrisa. —Verás, Sisa; es evidente que la idea de salir con chicos sólo te produce dolores de cabeza. Es tan absurdo…, conozco a dos chicas del equipo de animadoras que están saliendo con chicos sólo por tener pareja el día de la fiesta de antiguos alumnos —Diane levantó la mirada en mi dirección—. Eh, Penny, ¿y si vamos juntas a la fiesta? —¿Cómo dices? —yo seguía contemplando el móvil. —A la fiesta del instituto. Tú y yo, en pareja. —Ya. ¡Claro! Claro que sí. —¿Están locas? —dijo Sisa mientras se levantaba y guardaba el móvil en el cajón de mi escritorio—. A ver, ¿en serio vais a ir juntas a la fiesta? Volví mi atención a la otra socia de mi club. —¡Por supuesto! —respondí—. De eso se trata, precisamente. No necesitamos salir con chicos para pasarlo bien. —¡Ah, me encanta! —Diane se puso de pie y empezó a batir palmas al estilo de las animadoras—. Además, te voy a regalar un ramo de rosas el día de San Valentín. Todos esos idiotas se van a morir de envidia —me lanzó un guiño. Sisa soltó un gruñido y enterró la cabeza bajo una almohada. —Sisa, lo siento mucho, de verdad. Sé que lo del club no te hace mucha gracia; pero intenta verlo desde mi punto de vista. —No es eso —replicó—. Gruño porque me doy por vencida, del todo. ¿Contenta? ¿Está tu club preparado para una tercera socia? Vacilé. Aunque me apetecía mucho que Sisa se uniera al club, quería que lo hiciera por auténtica convicción, y no porque se sintiera excluida. —¿Estás segura? Asintió con un gesto. —Sí. Además, las cosas no van a cambiar demasiado para mí, si te paras a pensarlo. Diane dio un abrazo a Sisa… y, para mi asombro, ésta no le propinó un puñetazo en la cara. Podía tomarse por un comienzo razonablemente bueno, reflexioné. —¡Por el Club de los Corazones Solitarios! —alargué la mano y Sisa y Diane me imitaron. —¡Por el Club de los Corazones Solitarios! Corrí hacia mi equipo de música y puse a los Beatles a todo volumen. Sisa se acercó hasta mí, bailando. —Oye, ya que tengo que aparentar que soy uno de los Beatles, ¿me dejas ser Yoko? Sabía perfectamente cómo provocarme. Me incliné, agarré una almohada de la cama y se la arrojé. Le aterrizó en plena cara. —¡Eh! Sisa se puso a perseguirme mientras yo esquivaba sus lanzamientos de almohadas. Diane tardó unos segundos en decidir qué hacer, de modo que Sisa se aprovechó de su indecisión y le lanzó una almohada en pleno estómago. Diane se quedó mirándola, conmocionad, mientras Viki salía de la habitación riendo. —Esos pompones tuyos no te van a servir de nada, Monroe —se burló Sisa Acto seguido, Diane saltó por encima de la silla de mi escritorio y bombardeó a Sisa con un asalto de almohadones, hasta que mi habitación quedó sumida en el caos. Cuando Diane, por fin, recuperó el aliento, nos dijo: —Tienen que admitirlo: con este club no nos vamos a aburrir. Sisa giró sobre su estómago. —Y eso que no hemos llegado a los sacrificios de carneros vivos… ni de chicos… todavía.

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