club-de-los-corazones-solitarios

El club de los corazones solitarios. ( Capitulo 08 )

Capítulo 8.

—¿Que vas a qué? —Viki prácticamente se salió de la carretera cuando se lo conté a la mañana siguiente—. En serio, Pen; Diane tiene que estar medicada. Algo en la azotea no le funciona bien. —Ya lo sé. La veo hablar con todo el mundo —traté de reprimir la risa. —No lo entiendes. A ver, no estás con ella en ninguna clase. Y yo estoy en dos; antes de almorzar. Y lo único que hizo ayer fue acercarse y charlar conmigo con ese estilo de animadora que la caracteriza. —Sí, bueno; no me preocupa. Me dará plantón. Fin de la historia. Me figuro que, en cierta forma, Diane fue quien me preparó para cuando los chicos empezaron a abandonarme. Con ella pasaba lo mismo: no contestaba las llamadas, me evitaba en los pasillos, hablaba a mis espaldas. Sonó el móvil de Viki. Encendió el manos libres, respondió la llamada, escuchó unos tres segundos y luego vociferó: —¿CÓMO? Instintivamente, sujeté el volante para enderezar la marcha. —¿Hablas en serio? ¿Cuándo? —Viki me agarró del brazo—. ¡Ay, Dios mío! Me entraron ganas de abofetearla, pero no quería morir de camino al instituto. Viki siguió chillando y formulando preguntas. Cuando por fin apagó el teléfono, una expresión de suficiencia le cruzó el semblante. —No te lo vas a creer —declaró—. Niall ha roto con Diane. —¿CÓMO? —pegué un grito tan potente que Viki dio un respingo—. Estás de broma. He visto a Diane junto a la taquilla de Niall… Viki sacudió la cabeza de un lado a otro. —Esta mañana, Jen llegó temprano al instituto para entrenar con el equipo de voleibol y saltó la noticia. Por lo que ha oído, Niall rompió con Diane a principios de verano, antes de que ella se marchara de vacaciones; pero, en realidad, nadie lo supo porque Niall no quería, en fin, que hubiera chismes, o lo que fuera, mientras Diane estaba de viaje. Pensaban esperar unos días antes de decírselo a la gente, pero Zayn se lo soltó a Hilary Jacobs, y ya te puedes imaginar que el asunto corrió como la pólvora. —Imposible —repliqué. Diane Monroe y Niall Horan llevaban cuatro años juntos. Se suponía que iban a casarse, a tener dos coma cuatro hijos y un cincuenta por ciento de posibilidades de vivir felices para siempre. —¡Encaja a la perfección! Por eso está tan simpática con todo el mundo, la muy bruja —Viki me lanzó una mirada furiosa—. Ahora, ya sabemos exactamente lo que quiere. Desconcertada, me quedé mirando a Viki. ¿Qué quería Diane? —Se piensa que, ahora que está sin pareja, puede volver corriendo a su buena amiga Penny. Traté de entender la situación. Diane me abandonó por Niall; Niall abandonó a Diane, y ahora ella contaba con que volviéramos a ser amigas. «No lo creo». —Un momento —interrumpió Liam—. ¿Eres amiga de Diane Monroe? —No, éramos amigas. —Guau —Liam parecía impresionado—. ¿Me la presentas? —¡Fuera del coche! —vociferó Viki. Mike puso los ojos en blanco y saltó del vehículo en cuanto su hermana se detuvo en el aparcamiento. —¿Es que Diane se cree que soy imbécil? —protesté—. Después de pasarse cuatro años sin hablarme, ahora quiere que la consuele por lo de Niall. Ya tengo mis propios problemas con los chicos, muchas gracias. Voy a darle plantón, te lo aseguro. —¿Cómo? —Viki abrió los ojos de par en par—. De ninguna manera. ¡Tienes que ir! No podía creer que Viki hablara en serio. Odiaba a Diane, ¡y me pedía que quedara con ella! —Tienes que conseguir la exclusiva. Averigua por qué Niall ha abandonado a ese bombón y luego, te levantas y te vas. No le debes nada. Por una vez, disfruta tú de ver cómo se siente utilizada. —Pero yo… —Venga ya, Pen. Ojalá pudiera acompañarte y escuchar cómo te cuenta entre sollozos su triste historia. Oh, cuánto me alegro de que Niall, por fin, haya entrado en razón. Mmm, me pregunto si debería ponerlo en la lista —Viki se mostró pensativa unos instantes—. No, siempre he pensado que te va más a ti. Y no es que vayas a salir con chicos ni nada parecido. Noté que se me avecinaba una migraña.

Capítulo 8. Parte 2.

El dolor de cabeza no se me pasó una vez que llegué a mi taquilla y me encontré con Niall. Estaba tan concentrada en Diane que se me había olvidado que también tenía que verlo a él. No había forma de esquivarlo. No sólo ignoraba qué decirle, sino que tampoco sabía cómo se suponía que me tenía que sentir. ¿Debería estar furiosa? ¿Debería darle las gracias por confirmarme, una vez más, que los chicos únicamente utilizan a las chicas? De acuerdo, no estaba al tanto de lo que había ocurrido, pero, en mi fuero interno, estaba convencida de que Niall tenía la culpa. —Hola, Bloom —dijo cuando me disponía a abrir mi taquilla. —Hola, ¿alguna novedad? Bueno, no me refiero a nada en particular, eh… —cerré los ojos, abrigando la esperanza de que se diera la vuelta y se esfumara. —Por lo que veo, han bastado veinticuatro horas para que el instituto entero sepa la noticia —replicó. Volví la mirada hacia él y no supe qué decir. —En cualquier caso —continuó—, he oído que Diane y tú van a salir esta noche. Me quedé mirándolo sin entender. ¿Cómo se había enterado? —Oye, no pasa nada. Me alegro de que hayas quedado. Si te digo la verdad, estoy un poco preocupado por Diane. Ya sabes lo maliciosas que son algunas personas. Procuré no pensar en Viki… ni en mí misma. —¿Cómo va eso, Horan? —Malik apareció a la vuelta de la esquina. En la vida me había alegrado tanto de verlo…, al menos hasta que se acercó y me rodeó con un brazo—. Mira, me importa una *beep* que ahora estés soltero. Más te vale alejarte de mi chica. Por primera vez, Niall se quedó desconcertado. Zayn no captó el detalle y prosiguió: —Y ahora, ¿por qué no te vas a romper unos cuantos corazones mientras mi compañera de spanisho y yo nos vamos a clase? —me agarró del brazo y, mientras me guiaba hacia el aula, se puso a negar con la cabeza—. Haz caso de lo que te digo —comentó con un suspiro exagerado—. Ahora que Horan está soltero, vamos a tener problemas. Ryan tenía razón sobre lo rápido que las noticias viajaban por el instituto: no se hablaba de otra cosa. Intenté mantenerme al margen, pero como socia única del Club de los Corazones Solitarios, no pude evitar fijarme en lo injusto que todo el mundo estaba siendo. Nadie parecía preocuparse por Niall. Por descontado, no tardaría en tener otra novia; pero, de no ser así, no pasaría nada. La elección era suya. Los chicos mandan. Pero a Diane la trataban como mercancía defectuosa. Ella era la víctima. La sombra desconsolada, destrozada, de la persona que había sido. Cuando se hablaba de Niall, la gente entrechocaba las manos, celebrando su nueva libertad. En cuanto a Diane, todo el mundo hablaba en susurros, como si Diane debiera avergonzarse por haberse quedado sin pareja. No podía ser más injusto. Y yo era consciente. Con todo, me resultaba de lo más violento quedar con Diane después de clase. Una voz en la cabeza me decía sin parar: «La única razón por la que no te ha dejado plantada es porque ya no tiene novio». Mientras nos dirigíamos a la cafetería, hablamos de nuestras familias. De cómo le iba a Rita en la universidad y de cómo su madre estaba reformando la cocina… otra vez. Cuando llegamos, charlamos sobre las clases. Luego, de lo que íbamos a pedir para comer. Entonces, cuando parecía que el único tema de conversación que nos quedaba, con excepción de las rupturas (la suya, la mía…, había para elegir), era el estado del tiempo, nos quedamos mirando la una a la otra, así, sin más. —Bueno —dijo por fin Diane mientras escarbaba en su ensalada—. ¿Cómo está Nate? ¿Sigue pasando el verano con ustedes? Se me hizo un nudo en el estómago. —No me apetece hablar del tema. —Ah —Diane bajó la mirada, al caer en la cuenta de lo poco oportuno de su pregunta. Parecía muy triste mientras empujaba el tenedor por el plato. Por fin, levantó la cabeza. —¿Te puedo decir una cosa? Me encogí de hombros. —Siempre te he tenido un poco de envidia. —¿Perdón? —¿cómo era posible que doña Perfecta, la modelo rubia de ojos azules llamada Diane Monroe, me tuviese envidia? —En serio, Penny. De verdad, ¡hablo en serio! ¡Mírate! ¿Tienes idea de lo mucho que tengo que esforzarme para mantenerme así? Fíjate en lo que estoy comiendo por culpa de los carbohidratos —Diane hizo un gesto en dirección a su ensalada de lechuga y tomate con aderezo libre de grasas y luego volvió la mirada a mi sándwich de pavo con queso cheddar, mayonesa y patatas fritas de bolsa—. Para empezar —prosiguió—, comes lo que te apetece y, aun así, tienes una figura impresionante. Yo no entendía nada. —Además, tu forma de vestir es increíble, en serio. Yo elijo lo que me voy a poner según lo que me marcan las revistas; soy una más del montón. En cambio, tú tienes tu propio estilo informal que nadie es capaz de imitar. Siempre lo has tenido. En otras palabras, era una friki por preferir las zapatillas All Star a los tacones de aguja. —¿Y sabes qué? No soy *****. Sé perfectamente que nunca le caeré bien a la gente como tú. Como habría dicho Sisa: «Lo que tú digas».

Capítulo 8. Parte 3.

Diane se rebulló, incómoda, en su asiento. —Bueno, en fin, quería que lo supieras. —Sí… Gracias —traté de dedicarle una sonrisa. Volvió a escarbar en su ensalada. —¿Te acuerdas de cuando, de pequeñas, montábamos conciertos para nuestros padres? Asentí, sorprendida de que Diane se acordara de los recitales de los Beatles que organizábamos en el sótano. —¿Cómo llamaban tus padres al sótano? Suspiré. —The Cavern —The Cavern, la caverna, era el local de Liverpool donde los Beatles iniciaron su camino a la fama. —¡Exacto! Me acuerdo de que tú te empeñabas en ser John, y que yo era Paul, y que teníamos peluches que hacían de Ringo y George —se echó a reír, inclinándose hacia delante—. Y luego, hicimos ese numerito en la cafetería, el verano que estuvimos en el lago. —¿Cuando nos deslizábamos por el agua sobre neumáticos? Los ojos de Diane se iluminaron. —¡Eso es! ¿Cómo se llamaban esos chicos? Bajé la vista hacia la mesa, tratando de acordarme de los dos hermanos con los que pasamos el rato aquella semana. —Me acuerdo de cómo entrenabas a ese chico al hockey de mesa —ambas nos echamos a reír—. En serio, Penny, pensé que se te iba a dislocar el brazo de tanto que lo zarandeabas de un lado a otro —Diane se puso a agitar los brazos ferozmente y estuvo a punto de volcar su vaso de agua. Entonces, sucedió algo inesperado. Fue como si los cuatro últimos años se hubieran esfumado. Como si sólo hubieran pasado unos cuantos días desde que Diane me llevaba los libros mientras yo cojeaba con la ayuda de muletas por un esguince de tobillo. Las dos empezamos a rememorar nuestra amistad y, sin que nos diéramos cuenta, transcurrió una hora. Diane me miró con aire pensativo. —¡Guau, Penny! Ha pasado demasiado tiempo. Juntas, nos divertíamos un montón. Le dediqué una sonrisa. En aquella época siempre estábamos juntas. Nos habíamos prometido lo que las mejores amigas se prometen en primaria: que iríamos a la misma universidad, que compartiríamos piso, que seríamos damas de honor en nuestras respectivas bodas… Diane se puso a dar golpecitos en la mesa con actitud nerviosa. —También te quería pedir perdón —los ojos se le llenaron de lágrimas—. Siento haber echado a perder nuestra amistad. Siento haberte tratado tan mal. Y, sobre todo, siento haber tardado tanto en recobrar el juicio. No puedo ni imaginarme lo que debe de haber sido para ti. Cuando Niall y yo rompimos —la voz se le quebró al pronunciar el nombre. Ahora, las lágrimas le surcaban las mejillas—, no pude evitar acordarme de ti. Al principio, todo iba bien. Me fui de vacaciones con mi familia. Las clases de tenis me mantenían ocupada. Pero hace un par de semanas me encontré sin nada que hacer. Aún no habían empezado los entrenamientos. Estaba completamente sola. Agarró su bolso y sacó un pañuelo de papel. Se sonó la nariz. —Llamaba a Audrey y a Pam, pero, o bien tenían planes con sus novios o, si quedaban conmigo, me dejaban plantada en cuanto Don o Justin las llamaban. Sé perfectamente que yo hacía lo mismo contigo. También por eso te pido perdón. Me llegaban imágenes fugaces de años atrás. Los momentos en los que era consciente de que estaba perdiendo a mi mejor amiga y me sentía sola, sin nadie. Diane se secó las lágrimas que le empapaban el rostro. —Sufrí al darme cuenta de que no tenía ninguna amiga de verdad, de la clase de amigas que éramos tú y yo. Y ahora que ha empezado el instituto, es aún peor. Antes, seguía a diario la misma rutina: Niall me recogía para ir a clase; luego, yo me acercaba a su taquilla, después…, bueno, ya lo sabes. Lo has visto. Hice de él mi mundo entero y ahora…, ahora me he quedado sin nada —sus sollozos se convirtieron en agudos lamentos mientras trataba de recobrar la respiración. —Yo… —intenté encontrar palabras de consuelo, pero mis sentimientos estaban en conflicto—. Diane, ¿qué esperas que haga yo? Levantó la vista y me miró con ojos enrojecidos. —Siento mucho lo que ha pasado contigo y Niall —proseguí—. De verdad. Nadie debería sufrir de esa manera, y menos aún por culpa de un chico. De todas formas… no sé qué hacer. Porque me cuesta olvidarme de que me abandonaste por completo. No sé qué habría hecho si Sisa no se hubiera mudado a la ciudad, el año siguiente. Diane forcejeó para recobrar el aire. —Tienes razón, toda la razón. Es sólo que… Ya no sé quién soy. Todo el mundo me conoce como Diane, la novia de Niall, o la animadora, o la delegada de clase. Me encuentro perdida. Una parte de mí piensa que es mejor continuar como si nada hubiera cambiado; pero existe otra parte que quiere dejar de hacer lo que todos esperan que haga. No sé… —negó con la cabeza—. No sé si quiero seguir siendo animadora. No me apetece animar a nadie, la verdad. No sé qué quiero hacer. Sólo… Noté que los ojos me picaban. ¿Quién habría imaginado que seguiría teniendo algo en común con Diane? Me sentía perdida, igual que ella. Diane me miró con una mezcla de sorpresa y compasión. Sin vacilar, me entregó un pañuelo de papel. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba pasando, me puse a contarle todo lo de Nate. Me sentía un tanto *beep*, sabiendo que sólo había salido con él varias semanas, y no varios años. Pero, por alguna razón, sabía que Diane me entendería. Tardé unos instantes en asimilar que las lágrimas que ahora surcaban sus mejillas eran por causa de Nate. —Ay, Penny, cuánto lo siento. ¡Es horrible! Confiaste en Nate, y él… Penny —se aseguró de que la estaba mirando—, no hiciste nada malo. A pesar de tanto tiempo como había transcurrido, no me había olvidado del todo de aquella Diane. Aquella Diane que siempre sabía elegir las palabras precisas, aquella Diane que me apoyaba por encima de todo. Esa misma Diane era el motivo por el que habíamos sido las mejores amigas. Intenté esbozar una sonrisa. —Sí, bueno; no pienso volver a cometer el mismo error. Jamás. He decidido que, básicamente, he terminado. Ya sabes, con los chicos —traté de reírme, para que no creyera que me había vuelto loca—. Es que, no sé… Estoy harta de todo esto. Míranos, las dos llorando. ¿Y por qué? Porque decidimos confiar en un chico. Terrible equivocación. De hecho, he fundado una especie de club. —¿Un club? —Diane se inclinó hacia delante—. ¿Qué club? ¿Quiénes lo forman? —Yo, yo y yo. Es el Club de los Corazones Solitarios. Seguro que te parezco patética. Diane me agarró la mano desde el otro lado de la mesa. —Para nada. Considero que lo has pasado muy mal, y que tienes que hacer lo que sea necesario para superarlo. Lástima que no se te ocurriera hace años; imagina los problemas que nos habrías ahorrado a las dos. Aunque… sólo veo un problema —Diane esbozó una sonrisa. —¿Cuál? —No puedes tener un club con un solo miembro, la verdad. Me eché a reír. —Bueno, ya lo sé, pero… —¿Qué tal si añadimos a otra persona? La miré, conmocionada. —¿Cómo dices? —¡Penny! —Diane se secó las lágrimas y dio la impresión de que su entusiasmo era sincero—. ¿Acaso crees que me apetece volver a quedar con chicos a la primera oportunidad? Yo también he terminado. Sólo me queda resolver qué es lo más conveniente a partir de ahora. No para Niall y para mí. Para mí. Una oleada de emoción me recorrió por dentro. —¡Justo lo que he estado pensando! —Tienes que dejarme entrar. Sé que debo volver a ganarme tu confianza, y lo haré. Pero, por el momento, ¿te importa al menos contemplar la idea de perdonarme? Alargó la mano para estrechar la mía. Ni siquiera lo dudé. Ahora, éramos dos.

También le puede gustar...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *