El club de los corazones solitarios. ( Capitulo 06 )
Capítulo 6.
Me alejé de Niall y de Diane a la mayor velocidad posible, antes de que se convirtieran en «DianeyNiall» en mitad del pasillo. Pero el nombre de Diane volvió a surgir durante el almuerzo. —Imagina quién ha intentado charlar conmigo en Biología, y también en Francés, como si fuéramos amigas —me comentó Sisa mientras nos dirigíamos a la cafetería al acabar las clases de la mañana—. Diane Monroe, ¿te lo puedes creer? Debe de estar maniobrando para conseguir votos para que la nombren reina en la fiesta de antiguos alumnos. —Sí, actúa de forma rara —coincidí. —Puf, no la soporto. Sisa nunca había sido una gran fan de Diane, la verdad; pocas chicas en el instituto lo eran. Tal vez fuera por su apariencia perfecta, o por el hecho de que sobresalía en todos los aspectos. Pero aquello no eran más que pequeñas envidias. En realidad, había una única persona en el McKinley que contaba con una razón de peso para odiar a Diane Monroe. Yo. Por si no resultaba lo bastante malo que fuera el prototipo de «chica-que-abandona-su-identidad-por-culpa-de-un-chico», también me había abandonado a mí. Yo siempre había considerado que las chicas que renuncian a sus amigas cuando un chico se interesa por ellas son patéticas. Pero cuando me convertí en una de esas amigas, descubrí lo mucho que dolía. Otro ejemplo más de cómo los chicos habían arruinado mi vida. Por si no tuvieran bastante con tratarme como si fuera basura, me robaban a las amigas. Aunque odiaba la lista de Sisa por lo mucho que le hacía sufrir, por lo general me alegraba en secreto cuando resultaba ser un fracaso. No quería perder a Sisa de la misma manera en que había perdido a Diane. Una vez que hubimos sorteado la larga cola de desconcertados alumnos de tercero que aún no estaban al tanto del veneno que servían en la cafetería, Sisa y yo nos sentamos a nuestra mesa del almuerzo, la misma del curso anterior. Nuestras amigas y Viki no tardaron en llegar. —Eh, chicas —nos saludó Zoe mientras ella y Viki tomaban asiento—. Mis padres me están dando la paliza para que elija más actividades extraescolares de cara a la solicitud para la universidad. ¿Pueden creerlo? Ya tengo que empezar a preocuparme por la universidad. ¡Pero si acabamos de empezar primero de bachillerato! Las cuatro asentimos con la cabeza. Viki se rebulló, incómoda, y jugueteó con su manzana mientras las demás nos lanzábamos a nuestros respectivos almuerzos. Costaba no darse cuenta de que había adelgazado aún más durante el verano, si es que era posible. Prácticamente desaparecía dentro de su sudadera gris con capucha, del instituto McKinley. De pronto, el cuerpo de Viki se clavó en la mesa por culpa de una chica bajita, de pelo rizado, que debió de resbalarse en el suelo. Estrelló su bandeja contra la cabeza de Viki y su bebida se le derramó a nuestra amiga por el hombro.
Capítulo 6. Parte 2.
—¡Oh, no! —gritó la chica—. ¡Mi refresco! Conmocionadas, nos quedamos mirando mientras la desconocida recogía su vaso de plástico y examinaba su ropa, ignorando a Viki por completo. En mi vida había visto a aquella chica, por lo que me imaginé que sería de tercero. Nunca se me habría pasado por alto, aunque no podía medir más de metro y medio. Todo en ella resultaba exagerado. Las uñas acrílicas pretendían pasar por una manicura francesa; el pelo, castaño oscuro, tenía un exceso de mechas rubias; llevaba las cejas depiladas al máximo y los labios, demasiado perfilados. Vestía una diminuta minifalda vaquera y top de encaje. En otras palabras, daba la impresión de que se disponía a contonearse por la pasarela, y no a almorzar en la cafetería del instituto. —¿Estás bien? —Zoe le entregó a Viki unas servilletas para que se secase. —¡Ash-ley! —gritó la chica a su amiga—. ¿Me he manchado la camiseta? Sisa giró la cabeza de golpe. —Perdona, ¿qué tal si le pides disculpas a mi amiga, a la que acabas de poner como una sopa? La chica se quedó mirando a Sisa como si ésta le estuviera hablando en un idioma extranjero. —¿Cómo dices? Se me ha caído el refresco. Sisa le lanzó su particular «mirada asesina»: ojos entornados en forma de diminutas rendijas, labios fruncidos y expresión de la furia más absoluta. —Sí, se te ha caído el refresco… encima de mi amiga. ¿Sabes lo que es una disculpa? La chica, molesta, abrió la boca. Masculló algo que, me imagino, se suponía que era una disculpa (sonó más bien a una pregunta: «¿Per-dón?») y se alejó. Sisa volvió a sentarse. —Increíble. El primer día de clase y estos de tercero ya se creen los dueños del instituto. Qué barbaridad, miren la mesa a la que van. Había una hilera de mesas junto a los ventanales que invariablemente ocupaban los deportistas y las animadoras, incluyendo al infame y elitista grupo de Los Ocho Magníficos: Niall y Diane Monroe, Justin Reed y Pam Schneider, Don Levitz y Audrey Werner, Zayn Malik y una de sus numerosas novias rotatorias. Sisa y yo nos contábamos entre las pocas chicas de nuestra clase que no se habían sentado a aquella mesa en calidad de novia provisional de Zayn. Nunca me había apetecido formar parte de aquella demente versión del Arca de Noé, donde sólo sobrevivías si formabas pareja con un miembro del sexo opuesto. Si tuviera que elegir entre salir con Todd y perder el barco, estaría plenamente decidida a ahogarme. Tanto Viki como Zoe habían salido con Zayn. En el caso de Zoe fue en segundo de secundaria, y Zayn se dedicaba a contar mentiras al equipo de baloncesto sobre hasta dónde había llegado con ella. Una vez que la hubo abandonado, Zoe se fue haciendo cada vez más popular entre los chicos de la clase, hasta que cayó en la cuenta de que era porque la tomaban por una chica fácil. Habría cabido imaginar que Viki aprendería de los errores de Zoe. Pero no. Zayn se las arreglaba para desbaratar el sentido común de cualquier chica. Viki había pensado que, en su caso, sería diferente, así que se lanzó al agua… para después descubrir que una tal Tina McIntyre nadaba en la misma piscina y al mismo tiempo. No podía evitar preguntarme por qué un chico conseguía encontrar dos chicas estupendas con las que salir simultáneamente, cuando nosotras las chicas no éramos capaces de encontrar un solo chico pasable. El rostro se me encendió al recordar la cantidad de problemas que Zayn había causado; no sólo con Zoe y Viki, sino con prácticamente la mitad de nuestra clase. Jamás entendí el poder que ejercía sobre las chicas. Era el típico atleta: un tipo grande con el pelo oscuro y ropa que siempre ostentaba los logotipos de al menos dos equipos deportivos. Al pensar en Zayn caí en la cuenta de que yo no era la única chica del McKinley que se podría beneficiar estar en guerra con los chicos. Aquellas fastidiosas alumnas de tercero se le estaban echando encima. —Los chicos son idiotas —declaré, prácticamente a gritos. Una risa escapó de la garganta de Sisa. —Venga ya, ¡como si no te pasaras la vida coqueteando con Niall y Zayn! ¿Como si no QUÉ? —Pero ¿qué dices? —¿Me tomas el pelo? Cuando estás con Niall te pones a ligar como una loca. Sí, bueno; eso era la antigua Penny. La nueva Penny había dejado de ligar. Me habría encantado no tener que hablar con ningún chico durante el resto del curso. —Los chicos de Los Ocho Magníficos no son el problema —apuntó Zoe—. Esas chicas son superficiales y no tienen nada (repito: nada) de que hablar, aparte de sus novios. —Bueno —repuso Viki—. Diane siempre es amable conmigo. Pero Audrey y Pam son unas creídas. Zoe dirigió una mirada indignada hacia aquella mesa. —Venga, por favor. Podrán ser animadoras y salir con los mejores atletas (¡menudo aburrimiento!); pero la verdad es que no le caen bien a nadie. ¿Y saben lo más ridículo de todo? Que a los de ese grupo, supuestamente el de los más populares, los desprecian casi todos los alumnos. Cada vez que son amables con alguien que no pertenece al grupo es siempre, siempre, porque andan buscando algo. —¡Exacto! —intervino Sisa—. Hoy mismo, en clase, Diane pretendió ser mi mejor amiga del alma. Y para colmo, intentó lo mismo con Pen, esta mañana. Zoe asintió. —Exacto. Salta a la vista que quiere algo. —Sí. Bueno, pues sea lo que sea —dijo Sisa, volviendo la mirada hacia la mesa de Los Ocho Magníficos—, les aseguro que no lo va a conseguir.